viernes, 24 de abril de 2015

En el puerto de Olivos, torres de lujo reemplazan viejos chalets

Fabiana Bedetti compró en la década del 90 un departamento contrafrente en Avenida del Libertador al 2400, en Olivos. Gastó sus ahorros y algo más con la idea de levantarse todos los días y ver el río. Desde las ventanas de ese séptimo piso podía observar los veleros del puerto, y los días más despejados, hasta la costa uruguaya. Pero desde hace dos años sólo ve una enorme pared y cómo los vecinos de una de las flamantes torres de lujo del barrio disfrutan de la pileta.
La zona del puerto de Olivos dejó de ser un barrio tranquilo de chalets y se transformó en el lugar elegido por grandes inversores inmobiliarios para construir emprendimientos de primera categoría. En las tres manzanas delimitadas entre Avenida del Libertador y las calles Corrientes y Alberdi, se desarrollan 12 edificios de lujo, además de otros de menor tamaño, que prometen convertir la zona en el "nuevo Puerto Madero", un mote que a los vecinos históricos del barrio no los convence.
En el afán de disfrutar las vistas hacia el río y aprovechar el ágil acceso a la Capital, en menos de tres años, en la zona ya se invirtieron más de 1000 millones de pesos y el valor del metro cuadrado para la venta supera los 2800 dólares, según datos de inmobiliarias que trabajan en la zona. Hoy, sólo dos de las grandes torres proyectadas están terminadas. El alquiler mensual de un departamento de 70m2 está en $ 10.000 y las expensas superan los $ 2500.
Las nuevas propiedades que se edifican en Olivos serán amplias y lujosas, en torres que prometen múltiples servicios, como gimnasio, pileta climatizada, microcine y salones de yoga y spa. Por eso el valor del m2 es superior a los US$ 2500 que se piden en edificios de Belgrano y Núñez, y se asemeja a los US$ 2900 por m2 que se demandan, por ejemplo, en Palermo y Recoleta. En Puerto Madero, el valor de esa fracción supera los US$ 4600.
Esta explosión inmobiliaria no termina de caer bien entre los históricos vecinos de la zona. Algunos entienden la necesidad de desarrollo, pero añoran la tranquilidad que caracterizaba a esa parte del barrio un puñado de años atrás. Por estos días, el ruido de taladros mecánicos y martillazos es la música de moda, y por las angostas arterias y veredas ya no caminan familias; sólo circulan camiones y obreros.
A pesar de este escenario, hay quienes siguen aferrados al barrio. Marcelo Prieto vive en un viejo y desvencijado chalet sobre el reformado y moderno bulevar Camacuá desde el primer día de su vida. Tiene 61 años y su familia se asentó en la zona del puerto en 1880. "No me voy a ir nunca. Nací y crecí acá. Mi casa es gran parte de la historia de mi familia. No la puedo vender", aseguró el hombre, que más de una vez, según él, rechazó ofertas millonarias de inversores que querían comprar su propiedad.
En la esquina de Corrientes y Libertador, donde estaba el histórico restaurante La Palmera, se construye un megaemprendimiento de 19 pisos, que llevará el mismo nombre que aquel comedor y que tendrá algunas unidades valuadas en más de US$ 1.500.000.
"Cuando tiraron el restaurante se me caían las lágrimas. Me mudé acá hace diez años desde la Capital para disfrutar de la tranquilidad del barrio y de todo el verde. Ahora me quedé sin nada. Entiendo que es un progreso para la zona, pero el cambio es muy intenso", contó, resignada, Marta Calleja, vecina del lugar.
La incertidumbre reina entre los habitantes del barrio. Es que gran parte de los consultados por LA NACION no se imagina qué pasará cuando dentro de menos de un año se radiquen allí cientos de familias. "La zona no está preparada para que vivan tantas personas. Las calles son muy angostas y se inundan. Libertador ya es un caos ahora. Las cloacas no aguantan. Al menos espero que tengamos luz", dijo un encargado de un edificio. "No sé qué va a pasar. Nos vamos a convertir en eso que nadie quiere: un mini-Puerto Madero", advirtió otra vecina.
En cambio, los nuevos vecinos disfrutan de la zona. "El barrio está divino. Es tranquilo, seguro. Te podés manejar con libertad. Es una zona para explotar. Faltan comercios y lugares de gastronomía", comentó Pablo, que vive en un PH sobre Bartolomé Cruz. "Me encanta. Estoy cómoda. Cerca del río. Se disfruta mucho", agregó Elsa, que vive en una de las nuevas torres.




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